Pablo Iglesias es una de esas scooter nueva, joven y moderna, de un rojo brillante y reluciente que intenta adelantar por la izquierda al camión del Partido Socialista cada vez que la realpolitik le pega un volantazo a la diestra.
Con nombre y apellidos que parecen marcar el destino, con aspecto de nazareno “greñudo” en plena escalada del monte de los olivos, con un discurso revitalizante del progresismo de nuevas cunas, Iglesias ha conseguido llamar la atención de un sector importante de la izquierda que siempre está disconforme y que cuando está conforme se “incorforma” por si acaso.
La izquierda es un adolescente de 16 años que pierde el tiempo masturbándose con las miradas furtivas a la chica de sus sueños pero que nunca se arma de valor para pedirle una cita. La izquierda es un cantautor de melodías de seducción que enamora pero no encama, y en esas que surge cada cierto tiempo un arúspice de las sábanas mojadas por las entrepiernas de ellas. Cabe recordar que al rebufo de la izquierda tradicional y oligopólica han derrapado antes otros casanovas de las camas desechas. Equo se veía con medio pie en el altar cuando la novia salió huyendo e Izquierda Anticapitalista ni siquiera tuvo una primera cita.
Aunque juntos la victoria sería tangible, son muchos los “tovarich” que han abandonado por inalcanzable la utopía de una izquierda cohesionada en torno a un mismo discurso, sin batallas internas ni luchas de egos entre guevaras barbilampiños. Acepto por tanto de mala gana la dispersión como estrategia de batalla, pero que no cuenten conmigo para fusilero de primer batallón porque no estoy dispuesto a morir por el dogma de una sola firma.
Con las enaguas remangadas daré justo regazo a los soldados heridos en el frente mientras sigo fantaseando con la utopía inalcanzable de una izquierda con una sola voz y una sola firma, capaz de condensar la indignación y las propuestas del crisol de movimientos ciudadanos paridos al desamparo de la crisis.
Pese a todo, espero que los méritos de Pablo Iglesias no sean productos perecederos surgidos de entre los rebuznos de Paco Marhuenda, espero y deseo que sea mucho más que un plató de televisión, mucho más que 14 matrículas de honor y mucho más que unas cuantas citas apostilladas de Bertolt Brecht. Y aunque aún no veo en su figura el renacimiento quijotesco de Alexis Tsipras, espero y deseo que Podemos, pueda.